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Acabo de leer “Los Crímenes de Oxford”, correcta novela “policíaca” de Guillermo Martínez, siguiendo la máxima que me he impuesto este curso escolar: leer al menos un libro en inglés por cada dos libros en español que leo. Pero no es del libro de lo que quiero hablar ahora, sino de su versión cinematográfica (que no había visto hasta ahora) perpetrada por el (ya no tan) orondo director Alex de la Iglesia.
Los que acostumbramos a leer siempre hemos dicho que no hay versión cinematográfica que se ajuste al libro que la inspira, ejemplos de esto hay muchos; la mayoría de las veces no pasan de ser correctas adaptaciones y en alguna ocasión llegan a ser adaptaciones notables y eficientes.
También existen casos (pocos, poquísimos) en los que la película es de mayor calidad que la obra literaria, como podría ser “La profecía”, basada en una olvidable y mediocre novela de un autor que no soy capaz de recordar (y que no voy a buscar en Google porque es una simple anécdota).
Después de enumerar estos casos llegamos al caso objeto de estas letras: la versión de Alex de la Iglesia de “Los crímenes de Oxford”. Ya me advirtieron que la película era malilla tirando a muy mala, pero aún así, y después de haber leído la novela, me pareció divertido verla. La película, para quien no haya leído la novela, es mala; pero para el sufrido lector que decide verla no es que sea mala, es que es una tomadura de pelo de principio a fin. Viendo la película te das cuenta de que no es que el director no haya sabido captar la esencia del libro, es que no se ha tomado ni siquiera la molestia de leerlo. Personajes que no existen o que no cumplen con su papel, situaciones rocambolescas que no tienen cabida en la novela (ni en la película), constantes equívocos que llevan a confundir al espectador (y al lector ya no hablamos), transformaciones de nombres que no tienen más explicación que eludir algún derecho de autor que otro, si no, no se explica lo de cambiar Fermat por Bormat. En fin, una barbaridad tras otra que hace que el espectador desee atónito que la película llegue a su final y olvidarla lo más rápido posible.
En fin, señor de la Iglesia, vuelva usted a sus “acciones mutantes”, “comunidades” y “plutones”, que se le da bastante mejor y nos hace disfrutar mucho más. ¡Ah! Una cosa más, tanto la novela como el libro se desarrollan en 1993 y en el libro no sale ni un solo teléfono móvil.
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